La partida de un maestro, Yves Zimmermann
Como si las palabras alcanzaran para despedir a un gran amigo, gran diseñador.
AutorNorberto Chaves Seguidores: 3911
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En un contexto de grave crisis cultural como la que atraviesa Occidente, cada miembro de la cultura que se marcha es una pérdida irreparable para la sociedad. Tal es el caso de Yves Zimmermann, gran diseñador cuya experiencia vital excedió en mucho el terreno del diseño. Hombre de una gran cultura, políglota como buen suizo, traductor de Heidegger al castellano –lengua que no era la suya pero que dominaba como si lo fuera–. Enamorado del Egeo, solía descansar en su amada y diminuta isla de Sifnos, por supuesto comunicándose en griego. Gran polemista en asuntos de la cultura, crítico implacable de las deformidades del diseño al servicio de la sociedad del espectáculo. Melómano irredento con alma mozartiana; y apasionado admirador de Edita Gruberová –sus reiterados y encendidos elogios de la gran soprano eslovaca llegaban a inquietarnos–. Guardo celosamente varios casetes con músicas por él seleccionadas, dedicadas y meticulosamente referenciadas con su inconfundible letra.
Yves era un digno representante de la Escuela de Basilea, su ciudad. Suizo, pero aclimatado al Mediterráneo desde su llegada, en 1961. Ese desembarco bien podría considerarse la efeméride de la aparición del racionalismo gráfico en Barcelona. Si bien no participó como profesor durante la primera y deslumbrante época de la Escola EINA, fue miembro de hecho de ese grupo de artistas, arquitectos y diseñadores que la crearon bajo el sereno y justo juicio de su director, Albert Ràfols Casamada, otra gran figura de la modernidad catalana, pintor, poeta y amigo de Yves. También fue pionero en la introducción en el país de bibliografía internacional sobre el diseño, traducida al castellano; textos ausentes, hasta entonces, en España. Promovió, así, un importante fondo editorial sobre la disciplina para Gustavo Gili; fondo que pasó a ser uno de los rasgos distintivos de la editorial.
Yves se integró como miembro de una generación de diseñadores catalanes que, en pleno franquismo, iba preparándose –quizá sin saberlo– para protagonizar la eclosión y difusión internacional del diseño barcelonés. Una grey que constituyó la segunda afloración de la modernidad en el diseño, heredera del espacio, revolucionario y fugaz, abierto por el GATEPAC-GATCPAC, movimiento que, junto con la Segunda República, fuera soterrado durante la noche negra de la dictadura. Entre esas figuras estaban –por sólo citar las más próximas a Yves– André Ricard, América Sánchez, Toni Miserachs, Joan Antoni Blanch y Miguel Milà. Durante un corto período inicial se asoció con América; y con André creó «Diseño Integral», estudio en que el diseño gráfico y el industrial se fundían en una sola obra.
Profesional riguroso y de excelencia más que probada, no fue nunca tentado por las vanas gratificaciones del estrellato que, todo ha de decirse, eran alentadas por una ciudad que, en su despegue internacional, tuvo en el diseño un pilar decisivo. Nominado para los Premios Nacionales de Diseño, intentó rehusarse. Creo que no he hecho mal en disuadirlo, chantajeándolo con el argumento de que el premio recaía también sobre su equipo, encabezado por Anna Alavedra. Fue uno de los primeros profesionales en recibir ese galardón. Sin duda, aparte de su ética personal, en aquella modestia incidieron sólidos referentes culturales, que le permitían situar su trabajo en su justo lugar. Para Yves el diseño no era seña de distinción alguna, sino el modo normal de hacer bien las cosas. Sus recursos intelectuales y morales, sus convicciones y su valiosa obra nunca alentaron en él la arrogancia. Una prueba decisiva de ello: Yves sabía escuchar, dote que entre las «celebridades» suele ser poco frecuente.
He tenido el privilegio de disfrutar, no solo de su amistad, sino también de las numerosas tareas docentes compartidas, en las que él aportaba su bagaje y sus criterios, precisos pero nunca dogmáticos. Y es justo que declare que el primer libro que he escrito en mi vida fue por orden expresa suya: «tienes que escribir un libro sobre imagen corporativa». Sin Yves y sin otro querido amigo, Gustavo Gili, ese libro nunca habría existido. También he tenido la satisfacción de compartir con él proyectos profesionales, a través de los que conseguíamos afianzar principios de eficacia y calidad en el servicio a nuestros clientes. Cada reunión de trabajo, en su estudio de la calle Tuset, era una verdadera fiesta de la sensibilidad, del amor por el trabajo, y de la complicidad en el humor y la ironía. Siempre acudí con enorme ilusión a esas citas, ilusión confirmada por el gratísimo recibimiento de la leal Paquita, secretaria y alma del equipo.
La última y gran celebración con sus amigos fue la cena de su 80º aniversario. Fue en La Venta, su restaurante preferido, situado en un excepcional mirador sobre Barcelona. Yves solía recordarnos que su compañera, la entrañable Bignia, observando esa «postal» desde allí, dijo, premonitoriamente: «este sería un lugar ideal para un restaurante». Alguien la oyó. En aquella gozosa celebración cundía el afecto de toda una comunidad reunida alrededor suyo, en ese «lugar ideal» de Bignia.
A partir de allí comenzó la lenta pérdida, que hemos acompañado con amor y dolor a partes iguales. Yves deja una herencia, ya recogida por los excelentes diseñadores que se formaron a su lado y por sus alumnos directos e indirectos. Una herencia que trasciende al diseño; pues son muchos los aspectos de su persona dignos de emularse. Quienes disfrutamos de ellos en vida asumimos con entusiasmo el compromiso de transferirlos a los jóvenes que nos seguirán. Hasta siempre, querido Yves.
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