Alebrijes
Una artesanía llena de magia, color y fiesta. El misticismo de México encerrado en leyendas de seres fantásticos, de alegorías estéticas, de arte, diseño y cultura.
AutorNéstor Damián Ortega Seguidores: 411
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Dentro de las numerosas y maravillosas artesanías elaboradas en México, con sus diversas etnias y pueblos originarios en cada una de sus regiones y de sus estados, en los pueblos de Oaxaca —en especial San Martín Tilcajete— y otros lugares del país, se encuentra uno de los iconos de la artesanía contemporánea más fascinantes. Tal vez tenga que ver con una mezcla de dioses y animales, de pasado y presente, de religión y conquista, de realidad e imaginación, de crear lo soñado y soñar lo imposible, de un mundo de seres fantásticos llenos de colores, texturas y formas, de eternas dualidades.
Hechos de papel y madera de copal de esta tierra —madera que fue árbol, albergo nidos y pájaros y colibríes, árbol que fue bosque y montaña—, que ahora en ese pedazo de artesanía lleve toda la sabiduría de la naturaleza. Manos mexicanas crean sobre ese trozo de madera, seres mágicos y enigmáticos, místicos; jaguares con alas, chapulines con pico de colibrí, ajolotes con ojos de pantera y lunares brillantes, ranas con cara de búho, pavorreales con ciempiés, gallos con ojos de lince y crestas de venado azul, águilas con alas que escupen fuego, seres quiméricos, mezcla de realidad e imaginación en un mundo creado entre la naturaleza y la fantasía del hombre. Son los alebrijes.
La figura artesanal del alebrije llegó a insertarse a fuerza de originalidad en la vasta tradición artesanal y cultural de México, dentro de sus cientos de artesanías, muchas de ellas de costumbres prehispánicas y novohispanas. Se podría pensar que no es posible reinventar una artesanía por lo complicado de insertarse en el imaginario colectivo de la tradición en México, pero el alebrije lo logró con la imaginación fantástica en su creación —cosmovisión prehispánica—, la nobleza y sencillez del material —madera y cartón— y la habilidad técnica del artesano.
Como muchas tradiciones en México, los alebrijes surgen de una leyenda y de un personaje: el artesano Pedro Linares —cartonero de oficio— que, según se cuenta, en la Ciudad de México un día de 1936 enfermó y cayó en un profundo sueño. Inmerso en él se vio caminando por un bosque lleno de árboles, rocas y animales. Todo estaba en calma, él no sentía dolor y estaba feliz de caminar por ese lugar. De pronto las rocas, las nubes y los animales se convirtieron en extrañas e imposibles criaturas. Al seguir se encontraría un burro con alas de mariposa, un gallo con cuernos de toro y un león con cabeza de águila; todos estos seres gritaban al mismo tiempo una palabra, la gritaban incesantemente una y otra vez. La palabra era «alebrijes». Al despertar, el artesano comenzaría a recrear casi de manera compulsiva estas criaturas fantásticas, a plasmar con sus manos lo soñado, queriendo atrapar el sueño inexistente e inmortalizar a esos seres en este plano terrenal.
Más allá de la historia fundacional de este simple cartonero, maestro que marcaría toda una generación de artesanos y artistas populares, que expondría sus obras alrededor del mundo en los museos y centros culturales más importantes, que conversaría con Diego Rivera y Frida Kahlo y otros grandes referentes acerca de sus creaciones, de su sueño, que recibiría el Premio Nacional de Ciencias y Artes; más allá de ello, lo que el alebrije manifiesta es la síntesis de la tradiciones prehispánicas de México, refleja el universo de los aztecas, de sus deidades, los seres fantásticos y mitológicos, la representación del mundo animal y su relación con el hombre, de los guerreros ataviados con cabezas de jaguar y plumas de Quetzal, con los cuerpos pintados de rojo para la batalla junto a otros caballeros que podrían ser águilas o serpientes.
¿De donde proviene México sino de la epifanía de un águila devorando a una serpiente sobre un nopal en el medio de un lago?, ¿de dónde proviene este pueblo sino del mítico Aztlán?, ¿cómo eran los dioses de los aztecas que adorarían por más de tres mil años sino seres mágicos hechos de animal y hombre, de sol y luna?, ¿de dónde somos los mexicanos sino del maíz?
Este universo lejano envuelve un alebrije, la cosmogonía de un pueblo, la supervivencia de los dioses transformados en seres mágicos, los animales hechos de madera y color, la idea lúdica del juego del hombre y su imaginación con la naturaleza que lo supera. El mundo de los alebrijes —también como una de las grandes tradiciones culturales mexicanas— nos enfrenta al hecho de que cada uno también es capaz de refundarse en su propio universo, de reedificar su propia tradición, de reinventar aquello que pereció, de crear con imaginación y delirios, de entregarnos a los sueños y moldear estos con las manos.
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