Ser o no ser jurado, he ahí el dilema

Una antigua fábula describe lo que le sucedió a un burro que tenía a su izquierda una cuba con agua y a su derecha una paca de heno, y no sabía qué decisión tomar.

José Machado, autor AutorJosé Machado Seguidores: 10

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El animal tenía hambre y sed, pero no sabía qué decisión tomar, cuál necesidad calmar primero. Al final se murió de sed y de hambre. Esta pardoja sencilla ilustra muy bien la naturaleza humana cuando se debate entre dos bienes iguales. Tal vez le haya sucedido que no sabe cuál opción elegir entre dos excelentes platos en un restaurante o entre dos vestidos nuevos, cuando cualquier opción resultaría ganadora. ¿Qué tal si el problema fuera entre dos equipos de sonido de rango similar, uno con mejor calidad y otro con mejor diseño?

Viene una nueva edición de los premios Lápiz de Acero y, con ella, la necesidad de escoger a los ganadores en cada categoría. En Colombia la comunidad de diseñadores es aún pequeña. Entre ellos hay un grupo de académicos (no todos por vocación), uno más pequeño de teóricos y casi ninguno de críticos. La arquitectura, por su mayor tradición y número, aventaja a las otras especialidades del diseño en esto. ¿Entonces, quién puede ser jurado de los premios Lápiz de Acero?

Esta pregunta desvela cada año a los organizadores. Después de más de diez ediciones, empiezan a repetirse los nombres en el papelógrafo de la sala de juntas de la revista. Además, los buenos diseñadores prefieren participar a inhabilitarse como jurados. Cuando está armada la primera lista de candidatos, falta verificar si quieren y si pueden, pues esta labor ad honorem implica responsabilidad y tiempo, un recurso cada vez más escaso.

Los jurados, como es apenas obvio, no solo deben ser conocedores del oficio e imparciales, sino ser reconocidos como tales ante la comunidad de diseñadores. Esto último no siempre es fácil de lograr, si se tiene en cuenta que se juzgan bienes culturales y que, a la hora de decidir entre el agua y el heno, surgirán tantas posiciones válidas como personas estén deliberando, a pesar de que se cuente con los parámetros de juzgamiento establecidos en Lápiz de Acero; son tan buenos, que todo diseñador o creativo haría bien en tenerlos en cuenta para evaluar cada uno de sus trabajos antes de entregarlos a sus clientes.

Democratizar el voto

Así las cosas, sería fácil caer en una especie de endogamia de jurados, que se vería desde afuera como una rosca. Para resolver este asunto se creó el CoPLA, un cuerpo colegiado que reúne a todos los que han sido jurados y los que han ganado el premio. Este grupo mayor y anónimo en su conjunto nombra a los ganadores en cada categoría, excepto «Concepto de Diseño» (elegido por los organizadores) y «Lápiz Azul» (elegido por todos los que voten en la página web). Pero el CoPLA no funciona solo: debe haber, en todo caso, un jurado que selecciona los nominados en cada categoría, entre más de 600 propuestas. Tres y hasta cuatro nominados se eligen para el voto del CoPLA, sin orden de preferencia. Es más plural, más democrático, pero…

No hay sistema perfecto. Un proyecto que participa en el premio no solo debe ser bueno, debe demostrarlo o al menos parecerlo. Es decir, que la expresión y la explicación que se hagan del proyecto en muy pocas palabras e imágenes son definitivas a la hora de «venderse» ante el jurado que nomina y el CoPLA que elige.

¿Cuál es la técnica o la metodología para mostrarle el alma a un proyecto de diseño en un premio? ¿Cómo se juzga entre lo original, lo novedoso, lo práctico, lo racional o lo sustentable? ¿Cómo neutralizar en un debate del jurado a los que hablan más duro y utilizan palabras demoledoras, incidiendo sobre los demás?

En la práctica tiene más opción un trabajo no muy bueno pero muy bien argumentado, que otro mejor que no supo ser contundente en sus imágenes y sus razones. Por otra parte, una propuesta que haya tenido mucha exposición a los medios, como un aviso de prensa, por ejemplo, ha calado ya en la mente de los jurados más que otra relativamente desconocida, independiente de su calidad. Y sobre esto no hay nada qué hacer, son limitaciones que tiene el sistema, desde los premio Óscar hasta los PLA.

Y el ganador es…

El hecho es que no hay sistema alguno que deje satisfecho a todo el mundo. En un premio en el que participan 40 propuestas, hay sólo un primer puesto y 39 perdedores que, a criterio de cada autor, debieron ganar. ¿No ha notado ese poder mágico que tienen con frecuencia los segundos puestos, que teminan pareciéndonos mejores que los primeros? Sucede desde los reinados de belleza hasta los festivales de la canción. En diseño, un segundo puesto puede ser un reconocimiento al que arriesga más, pero no es tan políticamente correcto como el primero.

Cuando somos jurados, aunque «amateurs» en el oficio, asumimos un rol adusto, severo, trascendental, en ocasiones pedante. Al fin y al cabo, al interior de cada uno de nosotros hay un magnífico crítico, un director técnico y un agudo analista político, al menos de coctel.

Pero, como sea que opere el sistema, es importante participar, debatir, medirse, estar ahí. Y no olvidar esta sentencia que viene del mundo deportivo: quedar de segundo es perder, pero ¡quedar de tercero es estar entre los ganadores!

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Publicado en la revista Proyectodiseño. No. 54, Bogotá, febrero 2008.

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