La delgada línea entre querer aprender y aprender
Si esperamos a que las cosas lleguen solas para aprender, nos convertiremos en piedra. Hay que moverse y buscar.
AutorStuart Roldán Castro Seguidores: 4
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Una vez que entramos a la universidad esperamos que se produzca la magia y que todo lo que vayamos a aprender en este camino permanezca de forma perpetua. Incluso llegamos a fantasiar con que se nos enseñe en las aulas únicamente lo que necesitamos para salir a defendernos en el mundo real.
Hace poco, en una clase de mi último taller de diseño gráfico para el bachillerato, una compañera me comentó que no había adquirido todo el conocimiento necesario para trabajar sin supervisión y que un colega suyo la había reprendido por haber enviado los «artes finales» de un trabajo de forma errónea a la imprenta. Ella se quejaba de que en la universidad no le habían enseñado muchas cosas «elementales» habiendo hecho una gran inversión de tiempo y dinero para que se las enseñaran.
¿Cuánta responsabilidad tenemos entonces al formarnos, de forma independiente y profesional, para entregar el mejor de los servicios a nuestros clientes? Absolutamente toda. ¿Cuántos de nosotros realmente dedicamos un tiempo prudencial para informarnos y aprender sobre nuestro campo (lo que algunos llaman «su pasión»)? No quiero ofender a nadie, yo también soy un apasionado de lo que hago. Me encanta agarrar un lápiz y un papel y empezar a bocetar. Amo sentarme en la «compu» y generar imágenes que se quedarán por siempre registradas en mi cabeza aunque tal vez el mundo nunca las vea.
Parte de nuestra procrastinación diaria debería estar dedicada a buscar, no solo «inspiración» —como muchas veces le llamamos a no hacer absolutamente nada— si no también artículos, libros, revistas, y contenido que nos hable de diseño y ¿por qué no? del mundo. Nuestra profesión —la comunicación— se trata de saber de todo un poco para que la sintaxis tenga su efecto en el receptor.
Es nuestro deber, como transmisores y codificadores de mensajes, velar porque nuestra tarea sea siempre aprender y buscar nuevas y mejores formas de diseñar, simplificar y comunicar. Los tiempos en los que un vendedor tocaba nuestra puerta para ofrecernos una «enciclopedia del saber» han cambiado y en una era digital donde la información está al alcance de un click, la desactualización es el pecado capital y condenatorio más violento que un comunicador pueda cometer.
Puedo asegurarles que fui un «hereje de la comunicación» y ahora soy un hombre nuevo. Nunca más olvidaré cuan importante es aprender y no sólo querer hacerlo.
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