Enseñar el oficio conociéndolo

Es fundamental la aproximación entre la docencia y la práctica profesional para lograr una formación integral de los alumnos.

Claudio Ruizvelasco Riveramelo, autor AutorClaudio Ruizvelasco Riveramelo Seguidores: 31

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La palabra es viva y eficaz, y puede llegar a ser penetrante. La palabra es capaz de mover conciencias y de cambiar actitudes, sí y sólo sí va acompañada de una experiencia viva que respalde al discurso.

Cuando un docente del diseño gráfico está en el aula, tiene la oportunidad por medio de la palabra de construir conocimientos, mover conciencias, cambiar actitudes, moldear a los futuros diseñadores, propiciar el desarrollo de «la profesión» en sus alumnos, para que al salir al campo profesional puedan desenvolverse de la mejor manera posible. En pocas palabras, nuestro deber es formarlos. Pero la formación no resulta integral si nuestras palabras no van acompañadas de una verdadera experiencia profesional, algo que solo puede obtenerse en el ejercicio real de la disciplina.

Es cierto que la labor docente exige dedicación, estudio, preparación, tiempo frente a grupo y fuera de él. Sin embargo lo que ocurre dentro del aula no es todo. En la etapa universitaria, el docente prepara al alumno para que obtenga las competencias necesarias, las habilidades teóricas y técnicas para resolver los diferentes problemas de diseño gráfico y comunicación a los que se va a enfrentar una vez que egrese. Pero además es necesario que adquieran habilidades y actitudes, es decir, una formación adecuada para el trabajo y para la vida. Aunque se considere irrelevante, no lo es. Para que la formación sea integral, debemos de prepararlos en todas las dimensiones de la profesión.

Por eso, es necesario que el docente no sea únicamente docente, sino también un diseñador activo, en ejercicio pleno de la profesión, capaz de enseñar a sus alumnos a desarrollar las competencias que necesitan para enfrentar no sólo los problemas de la materia, sino al campo profesional, a las diversas circunstancias, al cliente, a las variables que a diario se presentan durante los diferentes momentos del proceso de diseño y producción, y sobretodo que sea capaz de proponer soluciones completas que pueda argumentar adecuadamente.

Lo que se suele enseñar dentro del aula es a resolver problemas de diseño gráfico de una manera teórica y técnica, dejando fuera otras experiencias, habilidades y actitudes generalmente menospreciadas, pero fundamentales en el desarrollo profesional: la capacidad para desenvolverse idóneamente en las reuniones de trabajo, en las presentaciones al cliente, las entrevistas y encuentros con otras personas que participan en el proceso —impresores, editores, productores, etc.—, pasando por los típicos problemas de cambios y ajustes solicitados por el cliente, el manejo del «no me gusta», «¿por qué no le cambias de color?», «cámbiale la letra a una más bonita», y otras situaciones muy difíciles pero frecuentes, ante las cuales los diseñadores no solemos responder de la mejor manera.

Sucede que los oficios se aprenden ejerciéndolos, practicándolos, y quienes enseñan los oficios necesariamente los dominan. Un cirujano no puede enseñar a operar si no sabe operar. Un músico no puede enseñar a interpretar un instrumento si no sabe hacerlo. Todos los oficios se enseñan conociéndolos plenamente. Es muy difícil pensar en enseñar algo que no se sabe. No se puede dar lo que no se tiene. Ningún oficio se puede enseñar si el que lo hace no lo domina, lo ha practicado o lo practica.

No es casualidad que en las escuelas de diseño gráfico, la mayoría de las asignaturas se enseñan en talleres (como los oficios), donde lo prioritario es el «saber hacer», el llevar a la práctica los conocimientos. Podría pensarse que en las materias teóricas no es necesario el dominio de los conocimientos prácticos. Sin embrago incluso en estas materias es necesario tener experiencia, aplicada tal vez en la misma docencia. Por ejemplo, la semiología no se puede enseñar si no se ha aplicado antes, si no se ha tenido la experiencia de su uso. La apropiación del conocimiento a través de la experiencia es vital para poder transmitirlo y facilitar la construcción del aprendizaje en las aulas.

Si bien es cierto que acusamos una falta de reflexión en el diseño para su propia gestión, parece ser que día con día fomentamos una formación en la que no desarrollamos adecuadamente las habilidades y actitudes necesarias. No estamos preparando a los alumnos para detectar los cambios mencionados, para enfrentar a la sociedad y al mercado, ni a conocer al público y sus diversos modos de reacción frente a los productos que diseñamos. Eso representará un problema grave para los futuros profesionales cuando nuestras omisiones se hagan aún más palpables una vez que de nuevo las exigencias de la sociedad hayan cambiado.

Un profesor que además es profesional, al ejercer el oficio de diseñar, es capaz de lograr que sus alumnos desarrollen también las habilidades y actitudes necesarias para ser verdaderos «profesionales». Si en un taller se llevan a cabo prácticas de problemas ficticios (como ocurre la mayor parte de las veces durante los años de escuela) y se resuelven de manera ficticia, obtendremos diseñadores ficticios. Por ello resulta fundamental ponderar el ejercicio de la disciplina en los docentes.

Las actividades de enseñanza-aprendizaje deben plantear problemáticas reales. Sólo en el contexto de la realidad es posible conocer y estudiar experiencias previas, detectar problemas reales, razonar lógicamente, sacar conclusiones reales, plantear opciones de solución realizables, argumentar sobre las bases sólidas de la experiencia, integrar, convencer, socializar, negociar el conocimiento. Con ese tipo de actividades, el docente es capaz de lograr una formación integral basada no sólo en el cumplimiento de tareas específicas o la resolución de problemas aislados, sino también en la reflexión y en el uso de la inteligencia para sortear los escollos que siempre impone la realidad (que jamás aparecen en los ejercicios ficticios). Así, el profesor deja de ser el centro de enseñanza, cediendo el protagonismo a la participación del grupo de alumnos.

El docente-profesional está en condiciones de proponer ejercicios realistas porque conoce de cerca la realidad. Además de transmitir conceptos y datos teóricos, es capaz de orientar al estudiante sugiriéndole caminos que ya ha transitado, es decir, es capaz de orientar la experimentación del alumno en el sentido correcto para sacarle el mayor provecho.

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