En busca del auténtico estar-en-el-mundo

Crítica al enfoque lineal y restrictivo que asume Adam Sharr respecto al traslado del filósofo en La cabaña de Heidegger.

Ingrid Alicia Fugellie Gezan, autor AutorIngrid Alicia Fugellie Gezan Seguidores: 29

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El libro La cabaña de Heidegger. Un espacio para pensar —que corresponde a una tesis doctoral—, describe en forma minuciosa las características formal-estructurales de la cabaña que Elfride (Petri) (1893-1992) y Martin Heidegger (1889-1976) hicieran construir en Röterbuckweg, a las afueras de Friburgo, en las montañas de la Selva Negra, al sur de Alemania, y a la cual se mudaron en 1922.

Adam Sharr,1 autor del libro, aborda el tema desde una perspectiva que enfatiza la idea romántica del espacio construido en el bosque y en medio de la naturaleza agreste, como lugar privilegiado para la actividad del pensar. En este sentido, Heidegger, como filósofo moderno, añoraría el territorio perdido a causa del embate de las máquinas y sus efectos destructivos en el orden de la vida cotidiana.

Esta idea, que el texto toma al pie de la letra, no logra ser profundizada en términos integrales (contraviniendo, en cierta forma, la tesis heideggeriana del Dasein), y sirve a su autor para establecer una suerte de conversación coloquial con el pensador, sin decretar un vínculo con los complejos motivos inherentes a una decisión como la que le llevó a cambiar su permanencia en la confortable casa de la ciudad, por el exiguo y austero espacio de la cabaña.

En ese lugar, Heidegger trabajó algunos de sus principales escritos, entre los que se encuentra Ser y tiempo.

La idea-eje del texto —que reitera el énfasis de la concepción moderna del periodo medieval como momento de la historia, donde la vida en el campo constituye el sustrato inalienable de la reflexión y sus condiciones de posibilidad— presenta, desde mi punto de vista, un problema de reducción conceptual e histórica, al establecer de manera fija el territorio detonante de la acción reflexiva desarrollada por el pensador: acción supuestamente originada y mantenida en un sitio único e inequívoco.

El texto no considera el carácter transitivo que implica moverse desde un sitio a otro, circunstancia que define el contexto real de desplazamiento, capaz de generar procesos mentales particularmente complejos, incluyendo lo que para el filósofo resulta fundamental en la comprensión de nuestro ser-en-el-mundo: un acontecimiento, un estar-siendo, un siendo en el espacio-tiempo de nuestras circunstancias. Tampoco toma en cuenta los preámbulos del momento que transformó las condiciones existenciales de la familia Heidegger, ciertos detonantes clave en la historia, no sólo del filósofo, sino de toda persona cuyo estilo de vida es puesto en crisis.2

Están también ausentes los efectos de una decisión como la que motivó el cambio, sobre todo considerando la situación de Heidegger como hombre unido en matrimonio y padre de dos niños.3 En algunas de las fotografías del libro se puede observar a la señora Heidegger como acompañante a la hora de comida, o realizando algunas actividades en la cocina, pero sabemos que el filósofo alemán permaneció en relativo aislamiento durante al menos diez años, recluido en su cabaña de la Selva Negra, aunque probablemente con viajes esporádicos a la ciudad.

La cabaña de Heidegger. Fotografía de Digne Meller-Marcovicz. ca. 1966. Cortesía editorial Gustavo Gili.

Los dibujos de Escher y la situación de traslado a la cabaña

Hay en el trabajo gráfico de Maurits Cornelis Escher (Países Bajos, 1898-1972), una concepción del espacio en desplazamiento que provoca desconcierto. Sus imágenes —nítidamente dibujadas— señalan territorios y personajes sin lugar de partida ni puntos de orientación claramente discernibles. Se podría decir que todo está ocurriendo en una suerte de circulación interminable, a través del flujo dinámico que no lleva a ningún lugar previsible o definido de antemano.4

En la concepción espacial de Escher, la idea de la separación de planos a través de espacios vacíos de contenido visible como una manera de identificar realidades distintas, constituye una demarcación superflua que no corresponde a la realidad de la percepción visual: observar lo que en realidad está ocurriendo no da cuenta de una supuesta división absoluta entre partes, noción siempre destacada por la tradición. En su introducción al catálogo originalmente publicado en 1959, el artista escribe:

«Yo mismo me encontré durante muchos años en semejante estado de alucinación, hasta que llegó el momento en que cayó la venda que cubría mis ojos y me di cuenta de que mi meta no era el dominio de la técnica. Otro anhelo, cuya existencia hasta entonces no sospechaba, se apoderó de mí. Concebí ideas que nada tenían que ver con el dibujo o el grabado, ideas que tomaron de tal manera posesión de mí que deseé a toda costa comunicarlas a otros».

M. C. Escher, Estampas y dibujos5

En plena época de posguerra, cuando el estado de cosas en el mundo es más inestable y provisional que quizá nunca antes, cuando ya nada ni nadie garantiza el soñado progreso prometido por el desarrollo de las ciencias y la tecnología, y después de lo que significaron las bombas nucleares injustamente lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, cualquier pretensión de estabilidad constituye entonces algo cercano a la utopía.

Escher y Heidegger pertenecen a esa época, saben por distintos medios que el mundo está sometido a un proceso de dislocamiento e intentan —a través del pensamiento y sus respectivos códigos— anclar territorios diversificados a un espacio sujeto a la integridad de sus respectivas propuestas: la del artista y la del filósofo.

Heidegger desarrolla sus ideas, crea la filosofía que le da discernimiento, corrige y enmienda los textos en búsqueda de la perfección que requiere el comunicar, todo ello en una situación materialmente documentada de traslación no sólo espacial. Su vida afectiva y familiar, su erotismo, sus concepciones y militancia política, sus ideas religiosas, sus relaciones con colegas y discípulos, sus conexiones con la vida académica, todo se ha movido incesantemente para él, asunto no irrelevante para quien construye la idea del Dasein.

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  1. Adam Sharr, La cabaña de Heidegger.Unespacio para pensar, Gustavo Gili, Barcelona, 2008.
  2. Se dice que la cabaña le fue regalada a Heidegger por su esposa Elfride, quien invirtió en su compra parte de la herencia que recibió por esos años, y también que fue ella quien la diseñó. En el texto consultado, cuya fuente encontramos al final de la cita, se plantea que este gesto de Elfride correspondió a un asunto de inversión, y también para facilitar el trabajo de su marido, ya que los hijos pequeños eran muy ruidosos e interrumpían la actividad intelectual del escritor y pensador. Boletín de información técnica N° 265, AITIM Mayo-Junio 2010.
  3. En diversas fuentes se comenta que la pareja de Elfride y Martin llevaban una relación abierta, que el hijo mayor no era hijo biológico de Heidegger, y que ambos sostenían vínculos amorosos con otras parejas. Del filósofo se conoce su relación con Hannah Arendt y con Elisabeth Blochmann, ambas estudiantes suyas.
  4. M. C. Escher. Estampas y dibujos, Editorial Numen, México, 2004.
  5. Ibíd., pág. 5.
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