Pensar en el usuario para superar la crisis

Se requiere un cambio de mentalidad para superar la crisis, y los diseñadores somos pieza esencial para un cambio basado en el crecimiento sostenible y la reinterpretación de los espacios.

José Antonio Giménez, autor AutorJosé Antonio Giménez Seguidores: 52

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Escrito en co-autoría con Ana Yago.

Ni siquiera hoy, en los albores de una profunda recesión en España, ni los diseñadores, ni mucho menos los fabricantes, escuchan las demandas de los usuarios. Hemos entrado en una espiral endogámica en la que unos y otros deciden lo que se debe tener en el hogar y la oficina y cómo se debe de interactuar con un espacio, sin plantearse, ni una sola vez, si realmente es así como quieren vivir aquellos que han de adquirir esos productos.

Las ventas bajan, los almacenes no se vacían como antes y la única respuesta que se ofrece es el inmovilismo. La reducción de la inversión en innovación. Y, por supuesto, planes de actuación rimbombantes en los que nunca se incorpora la opinión de los usuarios, sino que se habla de competencia, de economías emergentes, caída de precios, incremento de costes, balanzas comerciales, reestructuración laboral, misiones comerciales, solicitud de ayudas públicas, etc. Pero ni una sola referencia a la opinión de los que tienen la obligación de adquirir esos productos y servicios creados para ellos.

Y luego, cuando todos los argumentos expuestos siguen dando el mismo resultado (recesión), solo se ven caras de sorpresa. Directivos estupefactos que señalan con el dedo acusador al usuario que prefiere ahorrar a comprar sus productos, quizá porque no le seducen, ni le solucionan ninguna de sus necesidades, ni aportan nada extra a lo que ya tienen, aunque eso no sea relevante para los que obtuvieron réditos sin esfuerzo en la curva alcista de la economía. Aquellos que, quizá mal aconsejados, vivieron el día a día como si esta dinámica fuera un continuo. Esos que preferían cerrar la fábrica y producir en otros países reduciendo sus plantillas de trabajadores pero que, por supuesto, esperaban que estos, sin un trabajo en el horizonte, siguieran comprándoles el producto.

Concretamente, me refiero a esos gestores que creían que la exportación era la panacea, pero que no realizaban ningún esfuerzo por diferenciar su oferta de la preexistente y cuya inversión se reducía a contratar a profesionales de otros países para darle un aire internacional y cosmopolita a sus productos, sin pararse a mirar que su oferta y sistema productivo distaban mucho de serlo.

¿Desde cuándo una empresa de sofás y sillería solo cuenta con un modelo de reposapiés, y no es capaz de ofrecer una alternativa al consumidor amparándose en que sus necesidades quedan perfectamente cubiertas con un producto que, como poco, cuenta con una década en el catálogo? Un producto que se vendía ante la imposibilidad de encontrar una alternativa, pero que, ahora, ya no tiene salida.

Cambiar el modelo no requiere de grandes inversiones en tecnología, ni de grandes complejidades estructurales, sino de un cambio de mentalidad. Algo mucho más difícil de lo que parece. El usuario —comprador— requiere de nuevos alicientes para adquirir un producto. Ya no basta con que este sea funcional, ni que cuente con una estética agradable. Es necesario que conecte con los valores y el modo de vida de ese usuario, algo que no ofrecen en su catálogo la mayoría de empresas del hábitat.

Las empresas deben adaptarse a la evolución del modo en que vivimos. Como decía recientemente André Ricard, «las sillas han de ser quizás plegables o apilables para aparcarlas liberando espacio cuando no se usan. Los cubiertos colgantes para tenerlos siempre a mano y no en un cajón. Y así infinidad de cambios, pequeños en apariencia, pero que mejoran su utilidad cotidiana». Medidas sencillas, que aportan beneficios tangibles al producto y al comprador.

En ese camino esta también la incorporación de nuevos materiales productivos, desde el cartón a las maderas certificadas, el maderón, los bioplásticos, las materias primas naturales o la reinterpretación del uso de elementos que ya han cumplido la función para la que fueron creados inicialmente. Esa mentalidad de aprovechamiento de los productos existentes, la racionalización de los recursos y el crecimiento sostenible, junto con la reinterpretación de los espacios actuales son la única salida a la crisis en el hábitat. El camino actual sólo retardará la agonía. 

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