La batalla del diseñador

La urgencia del día a día no nos permite planificar y hacer nuestro trabajo con el cuidado que quisiéramos. ¿Debemos resignarnos a que todo sea «para ayer»?

Alma  Rosa Sanchez Mundo, autor AutorAlma Rosa Sanchez Mundo Seguidores: 17

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Ser diseñador es estar en constante estrés y al filo del tiempo. Todo el trabajo es pedido «para ayer», siempre nos dicen que es urgente, cuando en realidad nada es urgente. Nunca nos dan tiempo para planificar, organizar y hacer las cosas bien. Nos presionan, presionan al impresor, y así siempre termina saliendo algo mal. Lo curioso es que siempre hay tiempo para corregir y repetir mil veces, pero nunca para planear y hacer las cosas con calma. Este pan de cada día nos trae consecuencias desfavorables: nos hace trabajar horas extra y perder tiempo o dinero.

En diseño editorial de publicaciones periódicas se dan procesos muy ajustados, para lograr cumplir con la fecha de salida de la edición: la revista o el periódico debe salir sí o sí. En cambio, cuando la periodicidad es menos frecuente y las fechas de cierre son más laxas, como es el caso de las revistas de comunicación interna, se da un gran margen para que el proceso editorial sea ineficaz. Esto suele ser consecuencia de que quien cumple la función de editor en la empresa, no siempre está preparado para llevar adelante el proceso editorial con profesionalismo. Así, un trabajo para una revista bimestral calculado en 40 días puede convertirse en un trabajo de 60 ó más días.

Las distintas etapas del proceso (planeación del tema, coordinación de artículos, revisión del material, redacción, diseño, revisiones) pueden solaparse, obstruirse y quedar incompletas, obligando a repetirlas varias veces. A medida que se acerca la fecha de cierre el diseñador trabaja bajo más presión. Cuando algo sale mal, lo cual es muy común en estos casos, el cliente se molesta y convoca a una reunión para saber qué se está fallando y qué se puede hacer para mejorar; lo cual pone aún más presión sobre el diseñador.

Estos procesos ineficientes suelen comenzar en el momento en el que el diseñador acepta propuestas del tipo «ve trabajando un logo, luego te digo para qué es; pero ganemos tiempo porque es urgente». Muchos dirán «el trabajo del diseñador es así», pero ¿qué posibilidades tenemos de ser tratados como profesionales si aceptamos trabajar sin la información elemental necesaria, o si aceptamos participar de procesos mal gestionados, que difícilmente puedan llegar a buen puerto?

Habrá quien pueda hacer un logotipo de 5 minutos, para salir del paso, pero los profesionales de verdad, los que queremos hacer las cosas bien, sabemos que el diseño es un proceso complejo, que la calidad no solo es un factor de tiempo, sino también de conocimiento, de experiencia y también de paciencia.

Hay diseñadores de todo tipo, con todo tipo de manías y mañas: hay quienes diseñan contra el tiempo, contra el cliente, contra los ejecutivos de cuenta, contra la competencia o contra lo que sea. Para muchos ser diseñador es estar en una constante batalla, lo cual exige desarrollar permanentemente una tolerancia a la frustración. Pero... ¿está bien que sea así? Obviamente no.

Ser un diseñador profesional es una tarea de todos los días. Si queremos que nos traten como profesionales estamos obligados a comportarnos como tales, y garantizar la eficiencia de los procesos en los que nos involucramos. Cada vez que encaramos un trabajo debemos asegurarnos de que el proceso nos permita dar una respuesta profesional. Cuando nos toca trabajar con gente sin preparación para gestionar el proceso con eficiencia y que no nos permite hacer un buen trabajo, nos quedan pocas opciones:

  1. Renunciar al trabajo como consecuencia de saber que no podremos hacerlo bien y buscar otro que nos permita desempeñarnos profesionalmente.
  2. Aceptar trabajar en condiciones adversas y relajarse. A veces la necesidad económica nos obliga a hacerlo. No obstante, si sabemos que esas condiciones implicaran mayor dedicación y trabajo, convendrá reclamar lo corresponda a la hora de negociar nuestros honorarios.
  3. Ayudar a nuestro interlocutor a hacer mejor su trabajo, sugiriéndole pautas y procesos más eficientes. Hay que tener en cuenta que nadie nace sabiendo gestionar proyectos complejos que involucran muchas personas, y que la mayoría aprende haciéndolo. Pero también hay que considerar que no todo el mundo está dispuesto a aceptar sugerencias, por lo que estas siempre deben ofrecerse con cuidado y mucho respeto. Esta solución intermedia parece ser la más recomendable como primer intento.

En cualquier caso, queda claro que nadie nos pone un arma en la cabeza para obligarnos a trabajar mal. Siempre hay un instante en el que aceptamos unas condiciones que nos llevarán a eso. Será cuestión de estar atentos a cada pedido que nos hagan y, antes de decir «sí», tomarnos un tiempo produencial (sean minutos, horas o días, según el caso) para pensar si las condiciones de trabajo que nos proponen podrían llevar nuestro trabajo a buen puerto. Si nos tomamos ese tiempo, es bastante probable que podamos tomar la mejor decisión y que nuestro nivel de estrés se reduzca en forma considerable, al tiempo que daremos una imagen mucho más profesional.

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