Felipe Ibáñez, farmacéutico
Apunte sobre la edición de mi libro «Tónico Chaves».
AutorNorberto Chaves Seguidores: 3908
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Nunca me había ocurrido que alguien recogiera unos manuscritos míos, decidiera hacer con ellos un libro, y lo creara como una pieza con valor propio, más allá de sus contenidos y, aún así, poteciándolos. Ese alguien ha sido Felipe Ibáñez. Suyo es el título de la obra, su diseño y todas las tareas de su promoción; todo realizado con el beneplácito y apoyo de su editor, Daniel Wolkowicz. Es mi primer libro que ha recibido semejantes cuidados.
La metáfora del “tónico” –que inicialmente me despertara ciertos reparos– ha resultado eficaz; como lo ha sido el frasco, antiguo, realista y de alta definición; su etiqueta, eco de la ironía que campea en toda la obra; y la potente tipografía de los aforismos, que interpreta, de éstos, su vocación imperativa. Todo ello, fruto de una suerte de «fórmula magistral».
De Felipe ha sido también la decisión de incluir varios prólogos, además del suyo. Tres grandes amigos han echado sobre este género tres luces distintas pero tan complementarias como acertadas, las de Miguel Marinas, Nelly Schnaith y Alejandro García Schnetzer.
Estuvimos a punto de presentarlo en una farmacia histórica de Buenos Aires (otra idea de Felipe); pero mi pudor pudo más que su audacia, y él aceptó mis resistencias.
Tal como él lo afirma en su artículo reciente, en FOROALFA, mis aforismos (y supongo que todo aforismo) tienen como principal destinatario a su propio autor. Uno escribe, básicamente, para aclararse las ideas, para sacar conclusiones válidas que lo reafirmen, superando incertidumbres y temores. Y para echar los demonios fuera. Escribo contra el miedo, contra el viento con garras que se aloja en mi respiración (mejor que Alejandra Pizarnik, nadie). Y uno de esos miedos es, precisamente, el de estar equivocándose.
Estos aforismos son hijos de una actitud ante el mundo: atreverse a mirarlo de frente y superar el miedo a la oscuridad, apelando a la luz de las ideas. Tienen, por lo tanto, una aspiración liberadora: ayudar a sacudirse los velos de las falsas creencias con que nos adormece el Poder; y mirar a éste sin condescendencias. Gritan sin temor a que nos quedemos solos; pues el miedo a la soledad es el primer enemigo de la dignidad. Parodiando a mi propia parodia de Edith Piaff, al final del libro, puedo volver a cerrar diciendo: «En fin, je ne regrette rien».
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