Crónicas de mi carrera de diseño gráfico
Amar tu profesión tiene sus sacrificios. Los míos comenzaron justo cuando comencé a estudiar diseño.
AutorEstefania Arzola Seguidores: 18
EdiciónMario Balcázar Seguidores: 617
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Inicié mi largo camino creativo en 2007, con muchas expectativas, con ansias de conocimiento y también con muchas dudas: un mar de sentimientos diversos. Al principio no sabía mucho de que trataba ser diseñador gráfico, y mi familia no dio muchas porras al enterarse que estudiaría esta carrera.
Fue durante mi último año de secundaria que decidí estudiar diseño gráfico. Conocí la carrera solo por casualidad: el hijo de una amiga de mi madre la estudiaba en ese momento, me gustaron sus trabajos y lo que hacía, y me dio tanta curiosidad que quise indagar qué era. Fue muy difícil entender en ese momento qué aportaba el diseño a la sociedad y a mi futuro económico, sin redes sociales ni YouTube que te explique, pues recurría a libros y búsquedas en Google para entender mejor.
Cuando le conté a mi madre lo que quería estudiar, le vi un brillo en sus ojos y cierta emoción por mi elección, pero la reacción de mi padre fue la contrario. En su voz al teléfono percibí cierta decepción; después de todo, hacía cuatro años le venía diciendo que estudiaría arquitectura. «¡Y ahora me sales con que vas a estudiar diseño gráfico!», habrá pensado.
Y sí, ¡finalmente lo logré! Después de presentar exámenes de admisión por doquier: uno de arquitectura, otro de urbanismo, una prueba psicológica sensomotora,1 una de artes visuales y tres de diseño gráfico, finalmente pude entrar en la universidad pública.
Debo confesar que el primer día de clase de mi carrera, el profesor (no diré su nombre) nos recibió con una cálida bienvenida, preguntándonos por qué estábamos estudiando diseño y diciendo que íbamos a morir de hambre. «¡Váyanse mientras puedan! están a tiempo», exclamó. Es algo exagerado, pero así ocurrió.
Esa fue mi primera clase de la carrera, y ¿cómo olvidar a ese profesor que se reía mientras evaluaba mis trabajos, diciendo al mismo tiempo «¡Tú como que debiste estudiar derecho!»? Parecía una especie de «terapia de shock» que algunos no soportaron, pero a mí, mientras más denigraban mi carrera, definitivamente más me gustaba.
Mi universidad es pública. Lo que más costó de la carrera fueron los materiales que debía comprar. Muchos de mis amigos compraban en grupo las cosas que necesitaban, hacían improvisados planes de financiamientos entre ellos para pagar sus deudas, comer y no morir a mitad de carrera, hasta que llegué a la materia Fotografía.
Contábamos solamente con una cámara analógica Nikon para 20 alumnos, y los profesores recomendaban comprar nuestras propias cámaras. Humildemente, sugerían para el semestre conseguir cámaras Nikon o Canon, reflex, con lente gran angular. Unos tuvimos que rogarles a nuestros padres para que la compraran por internet, otros tuvieron que viajar al otro extremo del país para comprar sus cámaras libres de impuestos. Los menos privilegiados la pedían prestada o se conformaban con la Nikon analógica. ¡Siempre había cómo resolver los problemas, a pesar de todo!
Las tintas para impresión se compraban en grupo porque era más barato; en iluminación utilizábamos aluminio o cartulina blanca como rebotador; para dibujo usaba ambas caras de un pliego de papel, para pintar solo compraba los colores primarios, blancos y negros, para lograr todas las tonalidades; y también nos enseñaron composición a partir de recortes de revistas.
Había profesores que se preocupaban por nuestra economía, pero había otras materias que no mostraban piedad, como la mega-lista escolar de la clase de ilustración. Nunca pensé que habría tantas formas y técnicas de hacer un mismo dibujo. Aquel semestre fue un constante ejercitar de muñeca, una proeza la verdad.
Lo mismo ocurrió con las computadoras: éramos 25 en la clase con 20 máquinas. Las inscripciones a esta materia por internet era casi una competencia donde sólo los privilegiados, diligentes y astutos que tenían mayor promedio y mayor velocidad de internet y computadora en su casa, podían tener un cupo garantizado a la hora y día preferidos.
Mientras transcurrían los semestres más me daba cuenta de que unos se atrasaban, otros se afanaban inscribiendo cuantas materias podía soportar su cuerpo, otros «congelaban carrera»2 y otras se retiraban por embarazo. Me llevó 9 años graduarme. A los 28 años, dos antes de graduarme, empecé a trabajar como diseñadora.
En fin, lo único que puedo decir es que a veces pasan cosas inesperadas, que te frenan o te hacen impulsar. Frente a los que quieren desequilibrarte, debes ser como la mantequilla (que todo te resbale). Seguramente, así como yo, otros diseñadores tendrán sus historias de drama, pasión y dolor en el paso por sus carreras. No pretendo hacer terapia grupo, pero es bueno compartir experiencias. Y a ti ¿cómo te fue? ¿amas tu carrera? ¿Diseño fue un camino arduo o de las mil maravillas?
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- Prueba que se realizaba antes de presentar el examen de admisión para diseño gráfico.
- La expresión «congelar carrera» se utiliza cuando alguien detiene temporalmente sus estudios, sin correr el riesgo de alterar su promedio o perder la regularidad.
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