100 hitos del diseño
Joan Costa comenta el nuevo libro de André Ricard, con 100 diseños que hicieron época.
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Oportunísimo este libro que acaba de publicar el prolífico André Ricard, y que dedica a los jóvenes diseñadores. En él nos viene a redescubrir lo que parece haber sido olvidado por demasiado simple y cotidiano. Nada menos que la especificidad del diseño industrial en la producción de objetos de uso, útiles y enseres en los que pervive todavía el espíritu artesanal de los antiguos oficios. Lo que nos recuerda este centenar de objetos reunidos por Ricard en su último trabajo es el punto de fusión del arte, la artesanía y el diseño en el crisol de la Bauhaus, cuando todavía el renacentista hombre vitruviano era «la medida de todas las cosas» (Protágoras).
Es oportuna esta selección de diseños, especialmente significativos, porque reivindica una cultura de la sencillez y la utilidad en la cual los gestos del hombre tenían (tienen) sentido. Gestos creativos, no maquinales ni alienantes (Marx), tanto para quienes crean esos objetos como para quienes los utilizan.
Lo que caracteriza esos «100 diseños que hicieron época» es que sus funciones y prestaciones son asumidas por la Forma misma que los define. Esos objetos son, al propio tiempo, autorreferenciales: se presentan, se designan y se significan a sí mismos directamente por medio de la forma que los define en tanto que objetos en el espacio. La forma, informa. Y funcionan por ella. Pero hay más. Estos objetos funcionan porque su presencia prepara la acción y acoge la colaboración de sus usuarios: los clips, las cuberterías, la estilográfica, la zapatilla, el portacinta, etc., etc., no funcionan solos. Establecen un diálogo gestual entre la forma de los objetos y las formas de utilizarlos. El objeto se adapta a las proporciones y la forma del cuerpo (la silla de ruedas, la camisa, las gafas) y a la escala de los gestos, el brazo, la mano, la muñeca, los dedos (el bolígrafo, el teléfono, el encendedor, la llave, el salero, el lego).
De hecho, esta aportación de André Ricard traza con extrema claridad la frontera (porosa, borrosa) entre una época industrial y la que le sigue, posindustrial. Ciertamente, la técnica es varias veces milenaria: el prehistórico ya la inventó con el desescamado de la piedra para fabricar hachas y enseres. Pero fue la fotografía la que, por primera vez, empleó técnica (empírica) y tecnología (científica) combinando mecánica, óptica y química. Desde la fotografía, obturar la tecla, presionar el botón (recuérdese el viejo eslogan: «Apriete el botón, Kodak hace lo demás»), máquinas de escribir, electrodomésticos, equipos de música, computadoras, escáneres, iPhones, etc., desencadena automáticamente sus funciones. Aquellas que antaño realizaba la forma del objeto y ahora se encuentran predeterminadas en el programa del aparato.
Así hemos pasado de los útiles, enseres y utensilios a los instrumentos y aparatos. Son las «máquinas deshumanizadas» (Javier Covarrubias), ajenas a la pérdida de los gestos y que le quitaron a la mano el placer del tacto, de la prensión y del acto realizador. Los nuevos aparatos son mudos, no se dejan leer y están regidos por programas internos, ocultos. Sus formas externas, redundantes y ambiguas, son el resultado de la estética robótica del poshumanismo: la caja negra (cibernética) es un monobloque, del que ignoramos gustosos su complejidad interna a favor de su facilidad de uso. Aquí la forma no informa. Y el único gesto que se requiere de su usuario-operador es un microgesto monótono y repetitivo: el mínimo roce de la yema del dedo sobre la tecla. Pequeñas causas, grandes efectos. Es la versión tecnológica de la célebre ley de Zipf, o ley del mínimo esfuerzo por la máxima gratificación. Lo que se gana en facilidad sedentaria se pierde en sensorialidad.
André Ricard, lógicamente, no se lamenta por todo esto. No hay nostalgia en su trabajo ni en sus ideas. Reconoce que el siglo XX ha sido un siglo de prodigios tecnológicos. En él —dice— se han desarrollado más ingenios que en toda la historia de la humanidad. Y el mismo Ricard es protagonista de este universo de progreso técnico. Si por mi parte, en estas reflexiones suscitadas por su libro he hecho referencia a la deshumanización del diseño, es con el ánimo de agregar una apostilla a la dedicatoria que Ricard ofrece a sus lectores, los jóvenes diseñadores.
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