Graffiti y marcas: entre la expresión artística y la apropiación comercial
El uso comercial del graffiti abre un debate sobre derechos de autor, apropiación cultural y la mercantilización del arte urbano.
 
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El graffiti ha atravesado un proceso complicado: de ser considerado un acto vandalismo, ha evolucionado hacia un lenguaje visual que es ahora adoptado por la publicidad, el diseño y el marketing a nivel global. Lo que se penaliza en el ámbito público como un delito, se recontextualiza en los medios como un recurso estético y una estrategia comunicativa.
Un caso emblemático es el de McDonald’s, que utilizó sin autorización la obra del artista Dash Snow para la decoración de sus restaurantes y campañas internacionales en 2016. Este incidente pone de manifiesto la tensión entre los derechos de autor y la apropiación de estéticas urbanas por marcas comerciales. Según Lachmann (1988), el graffiti actúa como un medio de territorialización simbólica que busca dar voz a grupos marginalizados en el entorno urbano. Sin embargo, cuando esta estética es absorbida por el mercado, pierde su carácter subversivo y se convierte en un producto comercial.
Graffiti vs. publicidad: dimensión cultural y económica
El concepto de «graffiti» ha experimentado una banalización semántica: actualmente abarca desde simples firmas hasta murales extensos, sin reconocer la variedad de prácticas, motivaciones y contextos que lo definen (Campos, 2015). Para las autoridades, el graffiti simboliza «desorden» y «costos de limpieza», mientras que para sus creadores representa una herramienta de expresión cultural, resistencia y formación identitaria.
La publicidad se apropia del espacio público legalmente y a gran escala, saturando visualmente las ciudades (Debord, 1967; Harvey, 2008). Resulta paradójico que el graffiti —que aporta color, memoria e identidad a los barrios— sea criminalizado mientras que las marcas que lo imitan son reconocidas por «innovar» en sus estrategias visuales.
Una diferencia de origen y poder
La diferencia fundamental entre graffiti y publicidad radica no solo en su estética sino también en su estructura:
- El graffiti es una práctica de base, nacida de comunidades que buscan visibilidad.
- La publicidad es una práctica de imposición, dirigida desde las lógicas del capital.
Como señala irónicamente Banksy en Wall and Piece (2005): «Algunos se convierten en policías porque esperan hacer del mundo un mejor lugar. Algunos se convierten en vándalos porque esperan hacer del mundo un lugar con mejor vista».
Reflexión y debate
Este contexto plantea preguntas sobre el derecho a la ciudad (Lefebvre, 1968), la propiedad cultural y la legitimidad de las voces urbanas. ¿Deberíamos preservar el graffiti como patrimonio cultural contemporáneo o continuar considerándolo vandalismo? ¿Dónde trazamos la línea entre apropiación cultural y reconocimiento legítimo?
La discusión va más allá de lo estético; requiere repensar cómo equilibrar la expresión artística con las políticas del espacio público y la mercantilización de la cultura urbana.
Referencias:
- Austin, J. (2010). More to see than a canvas in a white cube: For an art in the streets. City, 14(1–2), 33–47.
- Banksy. (2005). Wall and piece. Century.
- Campos, R. (2015). Graffiti, street art and the city: Introduction. City, 19(1), 137–148.
- Debord, G. (1967). La sociedad del espectáculo. Buchet-Chastel.
- Harvey, D. (2008). El derecho a la ciudad. New Left Review, 53, 23–39.
- Lachmann, R. (1988). Graffiti as career and ideology. American Journal of Sociology, 94(2), 229–250.
- Lefebvre, H. (1968). Le droit à la ville. Anthropos.
- Local Legend Labs. (s. f.). Graffiti and copyright: The legal battle for street art.
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