Diseño de experiencia hospitalaria

Paseando por la ciudad me detengo a contemplar la tremenda obra que constituye la renovación del antiguo hospital regional, pensando en que seguramente quedará mucho más amplio y cómodo, tomará en consideración un mayor flujo de personas y todos aquellos parámetros que entendemos comúnmente por hospital. Pisos blancos, muros blancos con una sección verde, asientos azules, diarios murales llenos de información y una sala de espera con televisores que informan de alguna campaña temporal o buscan distracción.

Revisando guías de diseño hospitalario me encuentro con una mancomunión de arquitectos y médicos que estipulan relaciones entre el número de camas y atenciones versus distribuciones espaciales sugeridas como óptimas.

¿Pero qué sucede con la experiencia de entrar y permanecer en el hopital?

¿Qué recuerdos sensoriales evocamos si pensamos en nuestro paso por hospitales? El zumbido de maquinaria a altas revoluciones, el sonido metálico del instrumental sobre alguna bandeja, la luz fría de los tubos fluorescentes, olores extraños, colores pastel, rostros severos, aire pesado y el bullicio común donde nadie habla fuerte pero sin embargo todos lo hacen. En resumen un lugar bastante particular donde se atiende casi exclusivamente a la carne por sobre la integridad del individuo, que nunca sufre solo.

Ese entorno tan particular se convierte así en un sinónimo de momentos dolorosos, tornando el trauma físico en psicológico. Si se pusiera énfasis en acercar el hospital a cierta cotidianidad, podríamos lograr que todas aquellas emociones anteriormente narradas no evoquen dolor o angustia, sino vivirlas como un proceso natural de la vida, donde nos enfermamos, curamos o bien fallecemos. Al hecho de vivirlas no es necesario agregarle la carga de un entorno que en nada aporta a sobrellevarlas.

¿Por qué no podemos ver más luz natural, colores alegres y quizás algo de vegetación? Dado el actual desarrollo de materiales, podemos decir que el blanco ya no es (y quizás nunca fue) sinónimo de limpieza.

Es posible cuidar la iluminación, recepción, los accesos y espacios comunes y evitar todo aquello que genere ruido; es posible inducir a un estado de relajación que inclusive pudiese ayudar los profesionales a tratar mejor a sus pacientes ya más estabilizados por el mismo entorno; es posible crear un ambiente en el que se «trate» aunque sea psicológicamente a cada quien que ingrese.

¿Dónde podemos observar toda esta aparente utopía?

En los cada vez más frecuentes spa, donde los baños de chocolate, barro, miel, masajes y terapias varias actúan más bien sobre la psiquis que sobre el cuerpo; donde un cuidado diseño e interiorismo aporta lo necesario para dejar por algunas horas el stress habitual y nos inducen el relajo. También las observamos en las clínicas cosméticas donde el cambio físico va de la mano con el tema psicológico. ¿Es propia esta relación de un centro de estética? Quizás se adecúe al tema específico de aceptación personal al existir cambios tan visibles, pero podríamos decir que toda enfermedad que amerite ser tratada por especialistas requiere una atención psicológica provista por el entorno, un trato adecuado y por supuesto la atención médica especializada.

Si tan sólo entendiéramos a los hospitales como una atención integral encontraríamos quizás una media entre hospital/spa o una versión potenciada de esta simbiosis: diseñar una nueva experiencia hospitalaria.

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