Diseñar en los pueblos

Diseñar en los pueblos es trabajar en tierra virgen, la siembra suele ser muy dura pero la cosecha un tanto fructífera.

Mariana Lombardo, autor AutorMariana Lombardo Seguidores: 0

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Acorde a la profesionalidad que un diseñador debería tener, involucrando un fuerte sustento teórico como metodológico, podría decirse que los diseñadores en comunicación visual no deberíamos ver acotada nuestra práctica profesional por el manejo de ciertos materiales o soportes e inclusive herramientas. Por otro lado, el campo de acción es tan amplio que las personas, empresas e instituciones que buscan soluciones en comunicación visual confluyen en que se amplíe constantemente nuestro bagaje cultural. Pareciera ser que nuestra profesión está constantemente venciendo límites y sorteando obstáculos más allá de los que la práctica requeriría.

El punto que quiero plantear, es un interrogante al que no puedo dar respuestas de forma terminante por estar inmersa en esa situación a modo de círculo vicioso. La pregunta es ¿hasta dónde y de qué modo los diseñadores brindamos soluciones en comunicación visual en pueblos, localidades o pequeñas ciudades?

Más allá de la trivialidad que pareciera rodear a esta pregunta, vale aclarar que fuera de las grandes ciudades, estudian, se reciben, se perfeccionan y trabajan gran cantidad de diseñadores que eligen sus pueblos de origen para desempeñar su profesión. Otros tantos, no tienen oportunidad de elegir.

Muchos estudiantes de diseño hacen su carrera en las grandes ciudades y otros en extensiones universitarias de algunas facultades en sus pueblos natales; llenos de ideales y ganas, un día se reciben y, por distintas razones, retornan o se quedan en las comunidades que los vieron crecer. Cuando digo quedarse no me refiero a estancarse (algo que también suele suceder) sino más bien, tiendo a relacionarlo con esa conocida cita que dice «pensar globalmente actuar localmente». En definitiva, los profesionales del diseño con vocación que trabajamos en los pueblos leemos publicaciones especializadas, asistimos a exposiciones en distintos lugares, nos mantenemos en contacto con colegas de otras ciudades, pero nuestros clientes son nuestros convecinos en la mayoría de los casos.

Hasta aquí pareciera que estamos ante una situación que no presenta mayores dilemas, inclusive puede interpretarse como una situación ideal. Sin embargo, cuando en párrafos anteriores expreso que no puedo dar respuestas terminantes al interrogante planteado por estar inmersa en situaciones que generan esa pregunta a modo de círculo vicioso, estoy hablando de la parte económica. ¡¿Cuándo no?! Específicamente de la remuneración que constituye, no el único, pero sí un fin de nuestra actividad.

Como diseñamos y proyectamos para nuestros convecinos, salvo raras excepciones, si no bajamos nuestras tarifas ellos no podrían contratar nuestros servicios. Muchas veces los diseñadores nos convertimos en productores ya que para subsistir ofrecemos servicio de impresión, ploteados, serigrafiados, soluciones gráficas artesanales, etc. Lo que nos plantea el desafío, por una cuestión de ética, de asesorar a los clientes que llegan con bocetos listos para reproducir lo que sabemos no son buenos diseños. Los límites no son claros entre diseñar y reproducir como pueden serlo en imprentas, gráficas o estudios de diseño de otros lugares, donde la oferta y la demanda son más amplias ¿Cómo establecer los límites, tanto para beneficio de nuestro bolsillo y nuestra conciencia, como para beneficio de nuestros clientes?

¿Cómo cobrar el servicio que nos fue solicitado, por ejemplo el rediseño de un folleto que nos trajeron para imprimir?; ¿cómo no explicar que la marca que nos trajeron para plotear no es aconsejable? La demanda de trabajo no es tan amplia como en grandes ciudades y eso no permite dedicarse o a diseñar o a imprimir (o plotear o hacer serigrafía). El cliente no entiende fácilmente que el diseño y la reproducción de las piezas que se diseñan implican procesos separados aunque íntimamente relacionados. Uno teme así venderle el alma al diablo.

Sumado a todo lo anterior, uno de los desafíos que enfrentamos los diseñadores, es que se valore nuestra profesión y que se entienda que el bagaje de conocimientos que hemos forjado en las universidades e institutos, como también los construidos mediante la experiencia laboral, nos hacen profesionales capaces de detectar problemas, ofrecer soluciones, delinear y concretar proyectos. Estos desafíos se vuelven más grandes en los pueblos, donde por lo general nuestros vecinos no conocen los alcances del diseño y están menos «educados» visualmente. Por lo que si bien somos consultados, es arduo que el cliente le dé crédito a nuestro asesoramiento.

Aclaremos que no se trata de que en los pueblos y pequeñas ciudades no haya cabida para el diseño. Cuando se concretan algunos trabajos, los clientes quedan satisfechos y se adelanta a pasos muy cortitos en el camino hacia la valorización del diseño. Ponerse al servicio de instituciones o grupos sin fines de lucro, renunciando también nosotros a eso fines, no deja de ser una actividad enriquecedora para nuestra profesión y nuestro ser político.

Sin duda, diseñar en los pueblos es trabajar un poco en tierra virgen, por lo que la siembra es dura pero las cosechas suelen ser muy fructíferas. Hay mucho por hacer, es cuestión de disminuir las ambiciones monetarias y también el ego, lo que no significa debilitarse en las convicciones.

Saber hasta dónde diseñamos cuando trabajamos de diseñadores en los pueblos, involucra las aspiraciones económicas de los diseñadores pero también, nada más y nada menos, que la definición y la valoración de nuestra profesión. No es fácil, creo, dar respuestas. Más bien surgen muchos más interrogantes para seguir reflexionando: ¿cómo hacer accesible nuestros servicios sin regalarlos y poder seguir sustentándonos con el ejercicio de nuestra profesión?, ¿cómo mantener la camaradería de vecinos con nuestros clientes haciendo valorar nuestra actividad?, ¿cómo contribuir con los valores locales?, cuando en definitiva nuestra profesión es parte de un engranaje que muchas veces contradice a esos valores, y tantas otras incertidumbres que nos van surgiendo a medida que diseñamos en nuestro pueblos del interior.

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