La técnica del “¿qué pasaría si...?” para potenciar la creatividad
Aprende a usar el «¿qué pasaría si...?» para transformar la crítica en exploración.
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Hace unos años tuve la oportunidad de trabajar en una agencia de publicidad en México, donde compartí equipo con un vicepresidente de planeación estratégica que nunca respondía sí o no a los cuestionamientos de un proyecto. Aquel tratamiento me llamó la atención, pues mi esposa, que es psicóloga, me ha enseñado que el profesional de la salud mental nunca debe afirmar o negar nada a sus pacientes, sino que debe limitarse a ayudarlos a hacer consciente lo inconsciente.
Eso mismo hacía aquel vicepresidente: potenciaba el talento hasta el punto de obligar a encontrar las respuestas indicadas a través de una exploración profunda. En lugar de afirmar o negar algo –sin ser tibio, porque por supuesto cuando correspondía sí corregía–, te hacía cuestionarte, con base en los requerimientos, si lo que estabas haciendo era lo que realmente se buscaba.
La patología de las cabras: el asesino de ideas
Hoy, en muchos proyectos de equipo –sea en el aula de clase o en el trabajo–, es común toparse con una horrible y tóxica práctica a la que yo llamo «la patología de las cabras»: cada propuesta es medida por un insípido y frío ¡Meeh! Con el transcurrir de los años me he dado cuenta de que esa práctica mata el talento y, lamentablemente, los practicantes empiezan a implementarla en su diario vivir a la hora de proponer o evaluar ideas.
Es muy interesante, divertido y enriquecedor jugar este juego con los equipos a través de preguntas, motivando a todos y evitando que lo que podría terminar en un «sicariato de ideas» se transforme en una «destrucción constructiva», que podemos llamar «¿qué pasaría si...?».
El poder del «¿qué pasaría si...?»
En 1929 nació en Polonia un artista no tan popular, pero no por ello menos importante, llamado Zdzisław Beksiński,1 conocido principalmente por su arte surrealista, gótico, oscuro y con una fascinación brutal por la devastación. Se dice que cuando consideraba que sus obras no estaban a la altura de sus expectativas, les prendía fuego. En su testamento –como si supiera que iba a morir trágicamente asesinado de 17 puñaladas–, pidió que al desaparecer, quemaran todo. Sin embargo, gracias a la visión de un testarudo que se preguntó «¿por qué?», esto no sucedió y su obra –para muchos bizarra y de mal gusto, para otros pletórica– sigue vigente.
Traigo a colación a este artista porque, más allá de su retórica oscura, cada una de sus obras parece ser producto de la «destrucción constructiva», del «¿qué pasaría si...?»
La destrucción constructiva en la cultura contemporánea
Hoy crece cierto fanatismo por la deconstrucción y la destrucción. Tanto que ya ni sabemos cuándo es parodia, pero al fin de cuentas es constructiva, pues terminamos consumiéndola. Si lo dudas, explora la herramienta de inteligencia artificial Midjourney: una colcha de retazos meticulosamente bien construida con tecnología que solo se veía como parte de una historieta de ciencia ficción en los 80.
Ese ritmo musical que te enloquece, es muy probable que sea un refrito de una pieza de otra época a la que nadie le puso atención y que en la actualidad puede sonar como «novedoso», como el intro de El Chavo del 8 o la intro de una caricatura con «pantalones cuadrados» (haciendo referencia a Bob Esponja). Sí, esa canción de ese reguetonero que «no te gusta» pero te mueve el hombro involuntariamente podría ser un buen ejemplo.
El mismo intérprete de este éxito musical, sin talento real para cantar (algo que no es un secreto para nadie), es el resultado de una destrucción constructiva que, aunque no te guste, gusta, gusta mucho y monetiza hasta la sílaba más incoherente o el color más estridente.
¿Aún lo dudas? Piezas perfectas de alfarería aplastadas solo por satisfacción (motivadas por views, likes y shares), vidrios impecables rotos intencionalmente como recurso para dibujar con grietas, desfiles internacionales que se destruyen en pasarela o antítesis vivas de la moda que te cruzas todos los días en la calle. Una mezcla posmoderna de arte pictórico y expresionista puro nacido en muchos casos de un ¡Meeh!
Si en cada área existiera una persona, como aquel vicepresidente, que te pregunta a todo «¿qué pasaría si...?», el famoso «what if...?», las empresas y organizaciones tendrían una cultura de intraemprendimiento brutal, con personal altamente motivado, pensando todos los días cómo mejorar su proceso en un saludable entorno de colaboración. Infortunadamente, y hasta que no haya verdaderos gestores de cambio de arriba para abajo y viceversa, detonantes de «destrucción constructiva», la competencia desleal y la toxicidad interna seguirán siendo el ¡meeh! de cada día.
- Biografía Zdzisław Beksiński en wikipedia.
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