Fernando Fraenza

Esta pieza de diseño gráfico tiene el mérito de poner de manifiesto el problema diseñil-heráldico que presentan los actuales requerimientos de identidad institucional. Nos hace detener en el problema, nos demora, para que no pasemos directamente -sin chistar- de la heráldica que precede a la era del diseño, atravesando atropelladamente el diseño de identidad institucional, en dirección a un «branding» que se pretende post-diseño. ¡Por fin nos detenemos a pensar el hiato entre la heráldica y el diseño!

Si, desde luego, tiene fines propios, no se disuelve puramente en los fines de su comitente. Pero lo más importante es analizar articuladamente esos fines o proyectos: (1) del comitente para con el hacer del consumidor; (2) del diseñador para con el hacer del comitente, en su propio beneficio, (3) del diseñador para con la humanidad (usuarios), como ciudadano; (4) del diseñador, asociado a su comitente, para con el hacer consumidor; (5) del diseñador para con el hacere y el creer de sus colegas y del mundo del diseño.

Creo que no. Más allá de todo lo que -piadosamente- pueda pensarse que es «la realidad» de un país o ciudad (su gente, su historia real, sus recursos verdaderos, etc.), ésta no es sino su representación social, estratégica o aleatoriamente concebida y detentada, hacia adentro y hacia afuera. Somos según nos vemos y, sobre todo, según nos ven.

La esencia del ser nacional -sea cual fuere- no existe (en realidad ninguna esencia). La identidad prístina no existe. A sabiendas o no, nos vestimos de lo que mejor nos viene. Ese ha sido -siempre- el «concepto clásico de construcción de la marca». Por supuesto, los diseñadores filo-funcionalistas o filo-artísticos (lo mismo da uno que otro) han hecho (inclusive, inconciente e ideológicamente) su propio negocio de representación como diseñadores, omitiendo o ocultando todo interés estratégico; el que, por otra parte, es ineludible.

No es necesario que sea «original»; más bien «distinta» en algún grado, el deseado o mejor, el más conveniente, desde el punto de mira estratégico. No creo, para la mayoría de los casos, que sea fructífero, y ni siquiera prudente, remitir a imágenes o tradiciones nacionales. ¿Por qué? Se trata de construir una identidad, y no de desnudarse ante los demás. El requisito fundamental es parecerse a las marcas de las organizaciones y comunidades (en este caso naciones) con las cuales nos queremos equiparar, y diferenciarse de todo signo que remita a aquellos a los cuales no conviene asemejarse.