Mierda y diseño
Mi sentir sobre algo de lo que ocurre en Mexico, algo que también en el Diseño se siente y se expresa.
AutorNéstor Damián Ortega Seguidores: 411
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Últimamente he querido pensar en diseño, he querido regresar a las universidades, a los centros, a los institutos, a los lugares donde minorías en vías de extinción intentan pensar y hacer diseño, y en donde la mayoría en vía de procreación vertiginosa intenta seudo-pensar y seudo-hacer diseño. He querido volver a las aulas, a los talleres, a los cafés, ingenuamente a las bibliotecas; he querido pensar en diseño, hacer diseño. Algunos también quieren hacer diseño, de nuevo y —disculpe usted—, pocos quieren pensar diseño. En este sitio y en estos tiempos ambas cosas son diferentes. No los confronto, ni los cuestiono, ni los embroco, ni nada que se parezca. Los entiendo, los comprendo, los empato. ¿Por qué? Simplemente formo parte de ellos. Parte de este amargo sin color de estar paralizado, de no pensar, de no hacer. Eso sí, sólo de sentir irremediablemente.
Me retuerzo como en una maligna y aguda artritis que se incrusta en mis huesos y en los tendones, los músculos, la piel, las venas y acaba por hacer lenta la sangre para no bombear al cerebro y no pensar diseño, y parar dolorosamente las articulaciones para no hacer diseño. Debo admitir que cuando baja esa fiebre —últimamente tan constante—, vagamente lo pienso, lo rememoro, sueño en su posibilidad real y en una realidad próxima, por lejana y real, por incierta. Sin embargo ni estos repentinos estallidos físicos o mentales —según usted quiera determinar— me dan la intención ni por asomo de pensar, de hacer diseño.
No sé si es posible, quisiera creer que es posible y a la vez la ironía me rebota la retorica: ¿en realidad esto que pasa es posible? ¿Es posible hacer o pensar diseño o cualquier otra mierda cuando se esta dentro de tanta? No sé si es posible pensar, hacer, alrededor de veintiséis muertos por aquí, dieciséis calcinados por allá, treinta y cuatro decapitados por acuyá, setenta y seis enterrados por más allá, cuatrocientos feminicidios por acá y con sus cincuenta mil muertos por todos lados y con sus cuarenta mil desaparecidos por ningún sitio, que —ojo— también son nuestros. ¿Se puede pensar, se puede hacer diseño, cuando las geometrías, las proporciones, las sabias matemáticas me muestran la única certeza de que los números estos y cualquier otros seguirán su promesa invariable de búsqueda de su constante infinito?
Apenas logro articularme para tomar un lápiz, estampar un color vivo sobre el blanco vibrante y excitado, apenas acompaso dos notas que salpican tipografías, volúmenes, formas, queriendo ser estéticas, o hipótesis absurdas queriendo crecer y dejar la infancia para ser teorías. Aparece como un halo persistente esto que se vive aquí y que la verdad —no quiero mentirles—, no se como nombrarlo. Y el lápiz rompe en un estruendo que enmudece el pensar, que intimida el hacer, el color del cual prefiero omitir su nombre desaparece violentamente, no deja rastro, ni huella, solo una vaga idea, las tipografías se hunden en la tierra pudriéndose, manchándome de tinta obscura y maloliente los dedos y todo a mi alrededor, los volúmenes quedan mudos, las formas de desfiguran atrozmente, las estéticas simplemente se han ido de la escena con una ternura desconsolante y las hipótesis no llegaron a ser adultas.
Acto seguido no puedo pensar diseño, no puedo hacer diseño o cualquier otra mierda. En estos días quiero volver desesperadamente a lo blanco de las hojas, a confiar en las palabras que resuenan mi cabeza provenidas de un viejo amigo sabio y lejano. En esta miseria, en esta tierra de nadie, otro país, otro Diseño es posible.
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