Cosas que me molestan del diseño y los diseñadores

A ratos es bueno hacer un ejercicio de sincera liberación que permita precisar críticamente cuales son las definiciones fundamentales de nuestras trincheras cotidianas.

Alvaro Magaña, autor AutorAlvaro Magaña Seguidores: 96

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Tras mucho trabajar en diseño y con diseñadores, tanto en el ámbito académico y gremial como en la práctica profesional, se me aparecen algunos descargos que quisiera hacer a través de este medio, leído y comentado por tantos buenos y respetables diseñadores.

¿Qué me resulta insoportable del diseño?

Primero, una dimensión de este oficio que me parece crítica son los espacios de relación que se crean en torno a la educación, discusión y ejercicio del diseño. Estos me parecen generalmente insustanciales, excluyentes, innecesariamente retóricos o artificiales, inconducentes a ninguna acción o reflexión de peso, lo que me parece bastante grave considerando que se trataría de la fuente de las conversaciones clave de esta disciplina. Prueba palmaria de esta ligereza conceptual es que la pregunta sobre ¿cuál es el mejor modelo educativo para la formación profesional de los diseñadores? en nuestra modesta cultura hispanoamericana sigue sin una respuesta modélica desde los días de la Bauhaus (y que nos perdone Ulm y todos sus epígonos).

Además gran parte de la aplicación y el objetivo por el que se le da lugar al diseño en el mercado, es como un instrumento modelizador, o funcional a necesidades comerciales e industriales, por lo que la mirada profesional académica, que se pretende humanista o vagamente científica padece disonancias profundas con su expresión material concreta. Nada más artificial que el «racional» redactado torpemente por un diseñador para justificar tal o cuál aplicación, producto, marca, etc. o las interminables discusiones y los análisis semiótico-sociológico-antropológicos pseudo marketineros que se desprenden del uso usualmente caprichoso dado a un color, una tipografía, un material, estilo o eslogan.

Segundo, los diseñadores exitosos muchas veces carecen de una formación teórica o metodológica significativa o sistemática y viceversa, muchos diseñadores con un discurso o una reflexión teórica o metodológica más sólida no son demasiado exitosos como profesionales, lo cual es una paradoja estimulante. ¿Podríamos decir que el éxito profesional y la carrera académica son condiciones excluyentes en el mundo del diseño? La pregunta es válida quizás porque el diseño se manifiesta precisamente con obras de diseño, es decir, el diseño existe a través del proyecto implementado, producido y vivenciado por la gente, no en su formulación ideal o en sus procesos, y mucho menos en sus intenciones y experimentaciones.

Tercero, me resulta particularmente insoportable la expresión «el rol del diseñador», esa eterna e incontestable pregunta acerca de nuestra misión como profesionales, si acaso somos un oficio, una técnica o si somos ciencia o poética. La frase tiene, para mí, el sabor de una muletilla o de un lugar común casi sin contenido, simplemente otro flatus vocis… ¿quién no ha intentado inocentemente responderla sin éxito aparente?

Siento, al aproximarme a los diseñadores y al diseño, que desandamos caminos trillados, repetidos ad nauseam y que vamos tras una validación cuyo mérito se nos escapa y cuyo fin no somos capaces de reconocer. Nos sentimos (¡tu quoque fili!) tantas veces artistas sin mecenas o poseedores de una visión tan única, irrepetible, inefable e inexpugnable que perdemos toda perspectiva y toda capacidad de escuchar y vernos desde fuera de nuestras «termas profesionales» (la publicidad, la academia, el diseño de marcas, el diseño de muebles, etc.).

Al mismo tiempo me molesta cada vez más la resistencia profesional a todo modelo de productivización o estandarización de los conocimientos y procesos. Resistencia que se manifiesta tanto en los pequeños artistas de Illustrator, o los genios del render, cómodos en sus restricciones, condicionantes y requerimientos mecánicos, como en los artistas «creativos» sin reglas, estilistas y decoradores sin presupuestos válidos ni sentido de la realidad de sus clientes. Me desagradan todos quienes piensan que los clientes o los consumidores son unos idiotas que no saben nada de diseño.

En suma, me molesta nuestra incapacidad de interpretar la información divergente y la crítica con un espíritu constructivo. Me incomodan los egos desbordados, el academicismo extemporáneo, las teorías sin expresión tangible, los doctorados y los master sobre el serif o acerca del yeso muerto, así como también el cultivo acrítico del «esoterismo», de la «magia», de la dimensión «lúdica», «poética», «semiótica» de las cosas como únicas respuestas «adecuadas» ante la ruda y prosaica realidad de la mayoría de nuestros clientes.

No obstante…

Aunque mi objetivo no es plantear un final feliz para este descargo (muy personal y visceral por lo demás), creo que es necesario —metodológicamente hablando— dejar abierto un flanco para la discusión de estos tópicos.

Me gustan dos expresiones aplicadas al diseño, una usada por el profesor Miquel Mallol, quién hablaba del diseño como «actividad indeterminada» y otra usada por Norberto Chaves en la Conferencia FOROALFA 2009, quien definía al diseño como un oficio «heterónomo». En ambas expresiones creo que está la semilla de un entendimiento holístico y sistémico del diseño que nos puede guiar a discusiones menos arbitrarias, menos autorreferentes y a cultivar una dosis mayor de curiosidad y aceptación del otro, ese otro que se manifiesta en todas las personas, profesiones, oficios, conocimientos y perspectivas existentes que tienen algo que decir sobre nuestras prácticas y creencias, por muy desagradable que nos resulte escucharlo.

Un diseño indeterminado y heterónomo, es finalmente un diseño abierto a la discusión, no excluyente, un diseño hospitalario con la duda y el cuestionamiento. Además la capacidad de reconocer la ignorancia propia exige desarrollar la habilidad de mantener diálogos transdisciplinares, integradores y perder la característica endogamia académico-profesional en la que solemos perdernos los diseñadores en nuestra pelea por ganarnos un espacio en el mundo.

¿Es que realmente apestan los diseñadores?

Hace un par de años Bruce Nussbaum aseveró, a través de la revista Business Week, que los diseñadores éramos los principales enemigos del diseño y en su artículo lanzaba dardos venenosos contra la profesión. Dichos dardos fueron rápidamente contestados por varios representantes de la comunidad del diseño aludiendo a una cantidad considerable de pequeños o secretos emprendimientos que estaban ayudando a mejorar las condiciones de vida de muchas personas o sencillamente se hacían cargo de temas álgidos, como el aprovechamiento de energías renovables, la reutilización de recursos, la educación, etc.

Me cabe la duda, acaso en nuestra modesta cultura de diseño hispanoparlante tenemos los recursos suficientes y la masa crítica necesaria para acallar hoy ataques cómo los que disparó Nussbaum en 2007.

Mi esperanza es que este tipo de rabieta de hombre grande tenga realmente respuestas sólidas (que desconozco), suficientemente documentadas y cuyo correlato tenga expresión académica y gremial, política y educativa, un proyecto y una estrategia, o diversos proyectos y estrategias que señalen de verdad, no cuál es «el rol del diseño en la sociedad», sino cuál será nuestro aporte efectivo al mundo del futuro.

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