Más allá de la primera Bienal de Diseño de Estambul

El pasado 12 de diciembre culminó la primera Bienal de Diseño de Estambul en medio de muchas críticas y reflexiones pertinentes para llevar a la práctica en Latinoamérica.

Pablo Calderón, autor AutorPablo Calderón Seguidores: 25

Sergio Carlos Spinelli, editor EdiciónSergio Carlos Spinelli Seguidores: 11

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«Hace 5 años que me gradué como arquitecta acá en Estambul, y 5 años que llevaba frustrada porque no quería hacer parte de este gremio con una práctica tradicional de Arquitectura, pero tuve la oportunidad de trabajar en la Bienal y me di cuenta que hay mucho más en la profesión de lo que nos enseñan en la escuela de Arquitectura».

Si bien puedo fallar en no recordar a la perfección sus palabras literales, este fue el mensaje que me dio Jazmín, una arquitecta turco-argentina, que se había negado a hacer parte de una práctica afirmativa y falta de crítica, cómo lo es la arquitectura en Turquía, especialmente en Estambul. Me lo dijo cuando yo estaba terminando de hacer el recorrido de Adhocracy,2 una de las exhibiciones principales de la Primera Bienal de Diseño de Estambul.1 Podríamos asumir sus palabras como un caso aislado en la práctica de diseño y arquitectura en el mundo (en especial en «países en vía de desarrollo»), pero me parece más constructivo asumirlas como representativas de los cambios que está teniendo el campo a nivel mundial.

Para la primera Bienal de Diseño de Estambul, la IKSV3 (Organización para la Cultura y las Artes de Estambul) conformó un equipo de profesionales del diseño, liderados por Dejan Sudjic4 (director del Design Museum en Londres y prolífico crítico de diseño), quien estableció el tema transversal de la bienal: «imperfeción». Tras algunas reuniones, se definieron dos curadores para dos exhibiciones principales que tendría la bienal: Adhocracy y Musibet. Para la primera se asignó a Joseph Grimma,5 editor en jefe de la (muy mejorada) revista Domus, mientras que para la segunda se asignó al famoso arquitecto turco Emre Arolat.6 Como era de esperarse, Musibet estaría enfocada a Estambul, mientras que Adhocracy estaría más sintonizada con el mundo del diseño (que, en este caso, sería el Europeo).

Es muy pertinente hacer una mirada crítica de lo que allí ocurrió, pues es una región con grandes similitudes a Latinoamérica: adyacente al centro de poder político (Europa), grandes desigualdades sociales, diversidad cultural y estado secular. Valdría comenzar por mencionar la pobre relación que tuvo la bienal con el contexto en el que estaba situada: una de las ciudades más pobladas del mundo (18 Millones de habitantes), metrópolis de un país en desarrollo, puente entre oriente y occidente y entre norte y sur. Musibet, que debía estar fuertemente enraizada en la cultura de la fabricación artesanal y las importantes cadenas informales de producción local, falló en mostrar proyectos que se destacaban por la obviedad de sus representaciones —un vestido con una costura que simbolizaba la «unión» de oriente y occidente— o por la pobreza de sus resultados —mostrar los centros de poder religiosos, políticos y comerciales en la ciudad con un mapa y puntos de 3 colores—. Esto, añadido a la falta de dirección o enfoque claro de la exhibición, dejaba a cada uno de los visitantes con un sinsabor a la salida, y preguntándose cómo en una ciudad tan llena de creatividad e inventiva, no se podía ensamblar una exhibición representativa. Una apuesta que hizo el curador fue separar los proyectos en cuartos separados, oscuros y tan sólo con luces focales sobre los objetos, lo cual dejaba al visitante confundido, tratando de descifrar el laberinto que representaba la ruta.

Por otro lado, en Adhocracy, se notaba un fuerte trabajo en cuanto al diseño de la exhibición que, a la entrada, comenzaba por aclarar de qué se trataba: «Esta es una exhibición acerca de gente que hace cosas», haciendo especial énfasis en técnicas de producción ad hoc.7 Allí se concentraba una interesante colección que, de alguna manera, planteaba un quiebre con las visiones tradicionales del diseño y la arquitectura y se conectaba con prácticas emergentes en estos campos. Aún cuando esta exhibición se concibió más para conectar Estambul con el resto del mundo (insisto, entiéndase «mundo» como Europa, pues la mayoría de los proyectos exhibidos provenían de ese continente), parece increíble que partiendo de esa dirección (gente que hace cosas) no se hubiesen conectado verdaderamente con la ciudad. Había pocos proyectos que tendrían alguna participación adicional en la ciudad, como Kiosk 2.08 de los diseñadores belgas Unfold,9 pero la conexión con Estambul no superaba unos cortos momentos en medio de la ciudad para unos fotogénicos resultados (que es en lo que cae muchas veces el diseño en Europa - «pa' la foto»), pero poco impactó en los residentes de la ciudad y su espacio.

Allí quedó demostrado que la bienal poco tenía que ver con Estambul, y mucho menos con incluir a la ciudad en el circuito mundial del diseño, lo cual es respetable. Pero si hubiesen querido tener mayor relevancia en el contexto histórico que vivimos, habrían mirado más hacia adentro que hacia afuera. Lo interesante de esta experiencia es lo que podría Latinoamérica aprender de esto, que no es poco. Con bienales (de arte, diseño y arquitectura) iniciándose en todas las esquinas del planeta, vale comenzar por preguntarse el por qué de las bienales (o eventos similares, como Expodiseño en Bogotá), y cuáles son las aspiraciones que las motivan. Luego, viene bien mirar hacia adentro de la ciudad o el país (sin un amañado sesgo nacionalista), para proyectar hacia el mundo (sin un acomplejado sesgo tercermundista; o mejor dicho, sin complejos).

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