Mea Culpa

Los diseñadores tenemos que estar más preparados para ganar la confianza del cliente.

Emanuel Longo, autor AutorEmanuel Longo Seguidores: 5

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En prácticamente todos los espacios de reflexión acerca del diseño, siempre queda implícita la idea de que la culpa de que la profesión no sea reconocida como quisiéramos, es de la sociedad; la culpa de que los productos diseñados no sean del nivel que uno esta dispuesto a dar es que el cliente es caprichoso y no nos respeta; la culpa... parece ser del resto.

Y si bien soy uno de los que comparte esa visión, siempre me pregunto, y más en estos días: ¿cuánta de la culpa es de los demás y cuánta nuestra como profesionales frente a nuestra propia profesión? o, en dicho de otro modo: ¿cuánta responsabilidad tenemos nosotros mismos con respecto a nuestra profesión y su inserción en la sociedad?

Constantemente oigo a diversos colegas (ya sea en charlas informales como en debates concretos) que si el problema no se radicó en la incompetencia-capricho-desinterés del impresor, se originó en el capricho-ignorancia-abuso del cliente, o la invasión-omnipotencia de la persona que encarga el trabajo (sea del departamento de comunicación o de marketing).

Y claro que sería necio no aceptar que esas cosas pasan. A veces el cliente dice: «vos hacé como yo quiero, total yo te pago», «vos no opines que solamente te llamé para que hagas lindos dibujos», «vos sos diseñador por lo que tenés un rango menor a mi titulo de grado». Tal vez todo esto tenga que ver con que el diseño es una profesión relativamente nueva y el público desconoce su alcance, impacto y desarollo en la sociedad. Soy de los que piensan que obtenemos lo que buscamos.

¿Cuántas veces nos hemos encontrado sin ningún tipo de argumento válido y contundente frente a un cliente caprichoso que quiere utilizar algún color, alguna tipografia o algún estilo que no le conviene? ¿Cuántas veces nos hemos quedado balbuceando palabras sin sentido, con la esperanza de que por obra y acción divina el cliente se ilumine y haga caso a nuestro «instinto», totalmente incomprobado y vacío de hechos concretos (que la mayoría de las veces se confunde con capricho)?

¿Cuántas veces nos hemos enojado por el resultado obtenido en la imprenta o en la casa de ploteos, cuando internamente sabemos que ese resultado podria haberse evitado, de haber tenido más cuidado con la pieza que hemos diseñado?

La frase «el cliente siempre tiene la razón» no es más que una vil falacia, que lo único que hace es acentuar este tipo de situaciones en las que el diseñador, sin quererlo o sin saberlo, se va formando un despecho profesional hacia el entorno que lo rodea, terminando agotado y definitivamente resentido.

Si bien no ha asumido totalmente la necesidad del diseño, nosotros los profesionales somos responsables de ello en un 50%. Lo cierto es que no tenemos suficiente background para sustentar nuestras decisiones profesionales. Muchas de las «teorías» del diseño hoy han quedado obsoletas, escuetas o inaplicables a la práctica cotidiana. Necesitamos más investigación, de casuística formal y documentada, de números, de datos tangibles que nos ayuden a ganar la confianza del cliente.

El «está lindo» o «te va a quedar más lindo así» es una mera pelea subjetiva entre el diseñador y el cliente. El dominio del software de diseño dejó de ser meritorio para el profesional, porque están al alcance de cualquiera. Como profesionales del diseño y la comunicación, necesitamos implementar estrategias de marketing para enaltecer nuestra profesión y marcar la diferencia de nuestras habilidades frente resto de los mortales. El único diferencial posible debe sustentarse en el saber, en el conocimiento. Los diseñadores debemos despegarnos del resto de los «idóneos» y posicionarnos como verdaderos profesionales dominantes de nuestra área de trabajo (no únicamente de estar muy capacitados).

Quienes no sabemos justificar nuestras decisiones en las diversas piezas que gestamos (la gran mayoría de las veces porque no podemos o no tenemos con qué), generamos una brecha muy grande con el cliente que nos debilita en nuestro lugar de proveedor idóneo de servicios.

Sin llegar a convertirnos en «matemáticos del diseño», sin llegar a tener siempre los números que sustenten nuestras propuestas: ¿no sería bueno, para nosotros, para la profesión y el desempeño de la misma, una base formal de conocimiento constante, actualizado, medible y tangible donde podamos apoyarnos para plantarnos frente al cliente y poder convencerlo de qué es lo que más le conviene?.

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